Tenía 25 años, llevaba apenas tres meses como asesor en un campo grande de la zona núcleo. Y se me ocurrió —¡pobre de mí!— mencionar las Buenas Prácticas Agrícolas en la reunión de equipo.
—Eso es para los que no tienen presión de resultados —me disparó el encargado, como si le hubiera sugerido sembrar lentejas en vez de maíz.
Intenté explicar. Hablé de triple lavado, de trazabilidad, de registros. Mostré un cuadernillo del INTA. Me miraban como si hubiera bajado de una nave espacial.
El dueño, un hombre grande y con fama de bravo, me citó después. Me dijo: “Acá lo que necesitamos son rindes, no papelitos”.
Estuve a punto de renunciar. Pero no lo hice. En vez de eso, empecé por lo más simple. Conseguí una planilla más fácil. Organicé una charla con el acopio. Fui por los banderilleros. Con el tiempo, logré que me escuchen. Hoy ese mismo establecimiento certificó BPA.
A veces el cambio no entra por la puerta. Hay que colarse por la ventana.
