Una hectárea en el infierno: diario de una campaña sojera en Paraguay. Relato novelado de un técnico de campo en plena campaña de siembra.


Día 1
“Lo que no mata, deja rastro en la ficha médica”, pensé mientras bajaba del colectivo que me trajo desde Asunción. Eran las 5:50 a.m. en San Pedro del Paraná y la humedad ya me daba una bofetada cariñosa en la cara. La zafra sojera había comenzado y mi misión, como técnico de campo contratado por la empresa Agrocampo XXI, era sencilla: lograr que 2.400 hectáreas fueran sembradas en menos de 15 días, bajo un régimen de lluvias impredecibles, con maquinaria prestada y personal en parte contratado por WhatsApp.

Apenas llegué al campo, el encargado —un señor flaco con cara de “no dormí en tres semanas”— me saludó con un mate cocido frío y un “te estábamos esperando para largar”. Nunca un saludo me dio tanto miedo.


Día 2
Llovió. Todo el día. Lluvia fina, molesta, traicionera. No la suficiente como para declarar el día perdido, pero tampoco tan poca como para meter la sembradora al lote sin hacer barro hasta los ejes.

Mientras esperábamos, intenté organizar una reunión técnica con los operarios. Duró exactamente 7 minutos, hasta que uno preguntó si podía salir a fumar y otro, si no mejor esperábamos al capataz que tenía “más cancha”. Terminamos hablando de fútbol paraguayo y yo asentí a todo, sin saber si Cerro Porteño es un club o una cantera.


Día 3
Primera siembra del año. Primer lote. Primer drama. Resulta que el lote 7 tiene una mancha de suelo con pH tan bajo que la soja se ofende apenas la tirás. Hubo que recalibrar la sembradora tres veces, porque el monitor de siembra decía que íbamos bien, pero yo veía franjas sin semillas más anchas que la Panamericana. El tractorista, un tipo simpático pero sin aprecio por la alineación recta, me dijo que “con esta humedad no hay GPS que sirva”.

Spoiler: el GPS andaba perfecto. Lo que no andaba era la paciencia de quien les escribe.


Día 5
Ya llevamos 320 hectáreas sembradas. Cada día empieza a las 4:45 a.m. con un desayuno de arroz con huevo y termina a las 21:30 con reuniones donde nadie quiere hablar pero todos tienen algo que reclamar.
Hoy discutí con el dueño de una de las sembradoras. Me dijo que no va a seguir trabajando si no le damos más aceite hidráulico. Le dije que lo anote en la planilla de requerimientos. Me contestó que eso lo hace su primo. Le pregunté dónde está su primo. Me dijo que se fue a Villarrica a comprar fernet.


Día 7
Pasaron cosas. Se tapó una sembradora en medio del lote 4. Había tanta arcilla que parecía un flan. Intentamos sacarla con otro tractor, que también quedó empantanado. Vinieron con una topadora. Esa sí salió. Llevamos tres días con apenas 100 hectáreas más sembradas.

Tuve una crisis existencial mirando el horizonte: ¿cuántos cultivos más voy a acompañar sin cuestionar lo que estamos haciendo? ¿Cuál es el verdadero rol del ingeniero agrónomo? ¿Gestionar planillas, medir humedad y levantar sembradoras enterradas?
Un carancho se me paró a un metro. Nos miramos. Creo que me entendió.


Día 10
Avanzamos fuerte. Se sumó un contratista brasileño con dos sembradoras más. Hablan portuñol y escuchan música electrónica con letras de cumbia. Una mezcla que solo la frontera puede tolerar.
En 24 horas metimos 180 hectáreas. Todos contentos. El dueño de campo trajo empanadas y cerveza. Yo me guardé una para después porque estaba en turno de supervisión nocturna. A las 3 de la mañana me quedé dormido arriba de una bolsa de glifosato. Me despertó una rata. O un gato. Nunca supe.


Día 11
El operario más joven, Elvio, me preguntó si estudiar agronomía vale la pena. Le conté la verdad: sí, si te gusta el campo, la gente, el caos, la ciencia aplicada y andar con los botines llenos de barro pero con la cabeza llena de historias.
Después me dijo que quiere poner una parcela de maíz para chipa en la casa. Le di unas semillas y le escribí en papel las dosis de fertilización. Se las guardó en la billetera, al lado de una foto de su novia.


Día 13
Últimos lotes. Se sembró con viento, polvo y alguna amenaza de tormenta que nunca llegó. El grupo está agotado, pero hay una épica rara en los que sobreviven una campaña. Una especie de camaradería entre gente que no tiene por qué ser amiga pero lo es, porque compartió barro, empanadas tibias y broncas con el pronóstico.

Me tocó llenar las últimas fichas. Las escribí a mano, porque la tablet ya no prende. El cargador quedó enterrado en algún lote con nombre de insecticida.


Día 15
Se acabó. Sembramos todo. Lotes parejos, con buena distribución. Lo que venga, vendrá. El clima, los precios, las malezas. Pero eso será problema del próximo mes, del próximo técnico, del próximo yo.

Hoy volví a Asunción. El colectivo venía con aire acondicionado que funcionaba a medias y música de Los Kjarkas. Cerré los ojos y vi las hileras de soja perdiéndose en el horizonte. Algunas torcidas, otras impecables. Como la vida.


Epílogo:
Hay campañas que te curten y campañas que te rompen. Esta hizo un poco de ambas cosas. Me fui con el cuerpo cansado pero con la convicción renovada de que, a pesar de todo, vale la pena estar ahí. Porque si los agrónomos no estamos, ¿quién va a caminar el lote cuando todos los modelos fallan?

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