El campo que no duerme: Tecnología 24/7 en la agricultura moderna

Por el equipo de Capacidad de Campo

“Antes mirábamos el cielo, ahora miramos el dashboard. Pero si no hay señal, estamos ciegos igual.”
— Testimonio ficticio de Lucas Rodríguez, técnico rural en Santa Fe.


Son las 2:37 AM en un campo de soja en el sur de Brasil. No hay nadie despierto, pero un tractor autónomo está sembrando. A 12.000 kilómetros, en los servidores de una multinacional en Europa, se actualizan los datos en tiempo real. En una app, el propietario del lote —que vive en San Pablo— recibe una alerta: humedad óptima en el lote 7. El campo trabaja. Y no duerme.

La escena no es del futuro: es del presente.

Este artículo explora el avance de la agricultura digital y automatizada en América Latina. ¿Qué tecnologías están transformando la vida rural? ¿Quién las controla? ¿Y qué queda del saber campesino frente al algoritmo?


I. ¿Qué significa un campo 24/7?

En el mundo de la agroindustria, el término 24/7 no es solo una promesa de productividad constante. Es también una metáfora de la hiperconectividad aplicada al campo.

Desde sensores de humedad hasta estaciones meteorológicas conectadas, pasando por pulverizadoras autónomas, algoritmos de predicción, drones con visión infrarroja y apps de gestión integral de lotes, el ecosistema tecnológico crece sin pausa.

“Hoy podemos saber el estado sanitario de un cultivo desde el celular, sin pisar el lote”, afirma (ficticiamente) Mariana Dos Santos, ingeniera agrónoma y consultora en Mato Grosso.

La tecnología permite una toma de decisiones más precisa y rápida. Pero también redefine quién toma las decisiones, desde dónde y con qué información.


II. Tecnologías que cambian el paisaje

En una chacra del norte argentino, el ingeniero agrónomo Jorge Acosta camina entre surcos mientras consulta su tablet. Un dron sobrevuela la escena, y a sus pies, sensores enterrados miden humedad, temperatura y pH cada cinco minutos. La estación solar en el galpón central alimenta todo el sistema. No hay personal a la vista, pero los datos fluyen.

Las herramientas clave en este nuevo paradigma incluyen:

  • Tractores autónomos: manejan sin conductor, usando GPS y algoritmos.
  • Drones: para monitoreo, pulverización de precisión y análisis multiespectral.
  • Sensores IoT: recolectan datos sobre suelo, clima y cultivos en tiempo real.
  • Plataformas digitales: integran mapas, reportes, alertas y gestión de insumos.
  • Apps móviles: permiten controlar la operación desde cualquier lugar.
  • Modelos predictivos: con inteligencia artificial que anticipa enfermedades, necesidades hídricas o fechas óptimas de cosecha.

“El lote habla todo el tiempo, solo hay que saber escucharlo con las herramientas correctas”, resume (ficcionalmente) un representante de una agtech en Córdoba.


III. América Latina: adopción desigual

Aunque estos avances se difunden en toda la región, la adopción no es homogénea. El acceso a internet, el costo del equipamiento, la capacitación y el tamaño de las unidades productivas generan una brecha creciente.

En Argentina, Brasil y Uruguay existen ecosistemas agtech robustos, con startups, universidades y empresas tradicionales innovando en conjunto. Pero en Bolivia, Paraguay, Perú o Colombia, los procesos son más fragmentados.

“La automatización no reemplazó a nadie acá porque nadie había para reemplazar. Acá no hay técnicos, no hay conectividad y muchas veces ni luz”, se lamenta un productor mediano del Chaco.

La consecuencia: mientras algunas fincas tienen cultivos conectados a la nube, otras siguen dependiendo de la intuición, la experiencia oral y el ensayo-error.


IV. ¿Quién controla los datos del agro?

Uno de los debates más intensos en torno a esta revolución es la propiedad de los datos. Cada sensor, cada vuelo de dron, cada imagen satelital genera información valiosa. ¿A quién le pertenece?

Muchas plataformas ofrecen servicios gratuitos o a bajo costo, pero centralizan los datos en servidores propios. En algunos casos, los contratos no son claros sobre su uso. ¿Se venden? ¿Se usan para entrenar algoritmos? ¿Podrían convertirse en un insumo comercial en sí mismo?

“El dato es el nuevo glifosato. Hoy no se aplica, pero define el negocio”, ironiza un agrónomo independiente de Uruguay.

Existen iniciativas de código abierto y protocolos de soberanía tecnológica que buscan garantizar transparencia y control por parte de los productores. Pero son aún marginales frente al peso de las corporaciones.


V. ¿La vida rural mejora o se precariza?

Uno de los grandes argumentos a favor de la digitalización es la mejora en la calidad de vida de los trabajadores rurales: menos exposición a agroquímicos, monitoreo remoto, reducción de la jornada.

Sin embargo, en muchos casos la tecnología no reemplaza tareas duras sino que exige nuevas competencias. El peón rural que antes abría surcos, ahora debe entender de apps, calibrar sensores, actualizar firmware.

“Antes tenías que saber leer el cielo. Ahora, leer el dashboard. Pero nadie te enseña, y si no entendés, quedás afuera”, señala (ficticiamente) Martín, hijo de pequeños productores en Formosa.

Además, se multiplica la subcontratación de servicios tercerizados: empresas de drones, monitoreo satelital, gestión climática. Esto reduce puestos fijos y rompe vínculos con el territorio.


VI. Hiperconectividad vs. autonomía

Una de las paradojas más notorias es que, en nombre de la eficiencia, muchos productores dependen cada vez más de sistemas externos: plataformas privadas, conectividad satelital, software de pago, soporte técnico remoto.

Ante un corte de internet o una falla en el sistema, la operación se detiene. Y sin contrato de mantenimiento o actualización, el equipamiento queda obsoleto.

“Tanta modernidad, pero si se corta la señal no sabés ni cuánto fertilizante aplicar”, advierte un técnico de campo del INTA en Santiago del Estero.

Este fenómeno se conoce como dependencia tecnológica. Implica no solo el uso de tecnología, sino la pérdida de soberanía sobre los procesos productivos.


VII. ¿Y el conocimiento campesino?

Otro debate central es el lugar del saber tradicional. Durante siglos, los agricultores supieron cuándo sembrar, cómo rotar cultivos, cómo anticipar plagas. Mucho de ese conocimiento fue desplazado por algoritmos entrenados en datos ajenos al territorio.

“El dron te dice que el cultivo está estresado, pero no te dice por qué. A veces es el mismo suelo que viene cansado de hace años”, reflexiona (ficticiamente) Rosana, agricultora familiar en Ecuador.

Algunos proyectos buscan revertir esto, integrando saberes locales en plataformas participativas. Pero es una carrera cuesta arriba.


VIII. La promesa verde: eficiencia y sustentabilidad

Desde el discurso corporativo, la agricultura digital es presentada como la llave de la sostenibilidad: menos insumos, menos agua, menos impacto.

Y en efecto, existen ejemplos donde la tecnología reduce desperdicios, evita aplicaciones innecesarias y mejora el uso de recursos. Sistemas de riego por goteo automatizado, aplicaciones selectivas de herbicidas y cultivos de precisión muestran buenos resultados.

El problema es que estas tecnologías suelen estar al servicio de modelos extractivos, orientados a la exportación, con monocultivos de gran escala.

“No hay sustentabilidad si la lógica sigue siendo exportar soja y traer fertilizante”, advierte un investigador del Conicet en Rosario.


IX. ¿Qué alternativas existen?

Frente a este escenario, surgen propuestas más integradoras:

  • Agroecología con sensores: combinar prácticas regenerativas con monitoreo digital.
  • Tecnologías libres: desarrollo de software y hardware de código abierto.
  • Redes colaborativas: grupos de productores que comparten herramientas y saberes.
  • Educación digital rural: formación técnica en escuelas rurales y cooperativas.
  • Protocolos éticos: para el uso de datos y la relación con proveedores tecnológicos.

“No es estar en contra de la tecnología, sino ponerla al servicio de quien produce y del territorio”, dice (ficcionalmente) Laura Pineda, ingeniera agrónoma en Chile.


X. ¿Hacia dónde va la noche del campo?

La noche en el campo ya no es de descanso. Es de alertas, sensores y actividad constante. La pregunta ya no es si usamos tecnología, sino cómo, para qué y para quién.

La conectividad no es neutral. Puede ser una herramienta de autonomía o de dependencia. Un atajo hacia la sustentabilidad o una pantalla para seguir igual.

Capacidad de Campo cree que el debate no es binario: no es drones sí o drones no. Es pensar el sistema de fondo, la lógica que guía las decisiones y el modo en que impactan en las personas y el territorio.


Epílogo: volver a dormir

Tal vez el desafío sea, más que apagar el campo, devolverle su ritmo. Que no haya que revisar el teléfono a las 3 AM, que el suelo respire, que el peón tenga tiempo para leer, que el productor no dependa del soporte técnico de otro país.

Tal vez la verdadera innovación sea encontrar un equilibrio entre el conocimiento milenario y la potencia del código. Y que el campo, alguna vez, pueda volver a dormir.

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